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Saqué
nervioso la Colt de su funda y apunté a la puerta. El gatillo no
respondió, quizás algún seguro que ignoraba cómo liberar. Gudrum llegó a
la puerta mientras yo analizaba la pistola intentando descubrir su
funcionamiento.
-Ignacio,
aterrizaste por fin en este mundo de locos -me dijo burlonamente
mostrándome su MP40 con orgullo-. Aquí las armas no son como en el Wolf,
son reales, hay que aprender a usarlas, limpiarlas, recargarlas. Es una
pena que ahora no puedas disfrutarlas, son increíbles.
Apuntó
a mi cabeza. Cerré los ojos esperando el fogonazo que me volaría el
casco y la sesera. Un fugaz silbido inundó el lugar y terminó con un
crujido húmedo salpicándome cálidas gotas en el rostro. Al abrir los
ojos el cuerpo de Gudrum cayó frente a mí con la cabeza destrozada. Su
casco estaba tirado a menos de un metro con un pequeño orificio oscuro.
Un caos estremecedor comenzó afuera, disparos y explosiones, gritos,
voces furiosas y angustiadas.
Me
asomé nuevamente a la ventana y vi los cadáveres de los otros dos
soldados que habían estado haciendo guardia afuera. Innumerables
disparos impactaban contra los viejos muros de una casona antigua a unos
doscientos metros a mi izquierda. Fogonazos se encendieron en la casona
escupiendo una lluvia metálica contra un enemigo invisible a mi
derecha. No podía distinguir ningún movimiento, únicamente los disparos e
impactos. De mi derecha había venido Gudrum, lo más probable era que
quien quiera hacerme daño estuviera ahí todavía. Una nueva explosión
detonó del otro lado de la ventana lastimándome los oídos. Caí al suelo
tomándome la cabeza con ambas manos, los sonidos se ahogaron en un mar
invisible a mi alrededor. Mi ruidosa respiración se colaba en mi cuerpo
como un espíritu furioso intentando llevarse mi alma. Un mundo irreal y
mezquino me abrumó negándome sus ecos y silbándome una melodía disonante
y monótona. ¿Por qué estoy aquí? Un dolor agudo en la herida en el
pecho me recordó las palabras de Otto y la desesperación fue
instantánea. No quiero morir. Debo salir de aquí, ahora.
Me
levanté mareado y confundido, me dirigí a la puerta con pasos pesados e
irregulares. Fantasmas borrosos bailaron frente a mí cerrándome la
salida, tomándome de un brazo y llevándome adentro.
-¿Qué
haces? ¿Estás loco? -una voz ahogada apenas entendible, con un rostro
inconfundible. La cruel muerte retozaba en su antro enviándome espectros
enmascarados a usurpar mis últimos vestigios de conciencia. Pacho,
sucio e irritado ante mi decisión de introducirme en medio de la
balacera. Él había muerto con los demás en el edificio.
Se
asomó a la puerta sin soltarme el brazo y gritó algo a los que estaban
en la casona. Luego se metió nuevamente y revisó mis heridas. El
profundo mar insonoro a mi alrededor se abrió lentamente dando paso al
bullicio.
-¡Vamos
a salir! ¡Los demás nos van a cubrir! ¡No hagas nada estúpido! -me
gritó mirándome la herida y mi rostro bañado en la sangre de Gudrum. No
pudo ocultar su preocupación.
Esperamos
un rato en la puerta. Una lata cayó cerca expulsando un espeso humo
grisáceo en el aire. Salimos por la puerta ocultos por el humo mientras
cientos de disparos estallaban en la vieja casona. Otros disparos
impactaban cerca nuestro mientras mis pasos eran arrastrados por el ágil
trote de Pacho. Giré mi cabeza buscando el enemigo a mis espaldas y vi
algunos soldados nazis naciendo entre la niebla y muriendo ante certeros
disparos. Un inmenso proyectil surgió de entre la nube cual demonio de
fuego silbando su canción de muerte, pasó sobre nuestras cabezas e
impactó varios metros más adelante regalando escombros al cielo. Un
fuerte tirón de Pacho me hizo trastabillar y caí al suelo torpemente. Me
levantó nuevamente del brazo y continuó su carrera arrastrándome a su
lado. Llegamos a un costado de la casona y dimos la vuelta al llegar al
fondo de la misma. La esperanza asomó dulcemente su suave rostro entre
la vorágine al reconocer a mis amigos dentro de la casona gritando y
disparando fusiles y ametralladoras. Caímos al suelo a recuperar el
aire, a cubierto del tiroteo enemigos. Aborto se acercó apurado.
-¿Estás bien? -me dijo seriamente.
-Creo que sí -le mentí rogando por aire en mis pulmones.
-Me
alegro -continuó sin esbozar ningún gesto mientras me sacaba las balas
colgadas de mis ropas-. Pacho, no te alejes de él, eres responsable de
su salud. -Se alejó cargando las municiones en su fusil.
El
infierno se había desatado en la pequeña casona. En una esquina David
disparó un enorme Panzer rodeándose instantáneamente de un nubarrón de
humo y cenizas. Tetra a unos metros cargaba granadas en su fusil y las
disparaba hábilmente, innumerables impactos de bala estallaron a su lado
mientras se agachaba para protegerse. Bananeiro estaba tirado en el
suelo sangrando y gritando, Mauricio a su lado arrodillado le vendaba la
cabeza, luego sacó de una caja metálica adosada a su cinturón una
jeringa y se la clavó sin titubear en uno de los muslos. Los gritos de
Bananeiro se calmaron. El Mati en una abertura en la pared disparaba sin
cesar su Thompson, cubriéndose para recargar y nuevamente asomándose a
disparar.
-¡Vámonos,
ya! -gritó el Mati entre el ruido. Se acercó y sacó de las ropas de
Bananeiro una lata de humo. Le quitó el seguro y la arrojó por la
ventana tomando previamente un gran envión. Levantó a Bananeiro y una
mortal lluvia de gruesos proyectiles entró como una tromba por una de
las ventanas destrozándolos en un instante. Ambos cuerpos mutilados se
mantuvieron abrazados de pie unos segundos negándose a fallecer, cayendo
finalmente con la roja tibieza de la vida aún latiendo en sus venas. El
espanto de la guerra se presentó ante mis ojos horrorizándome y
descomponiéndome.
-¡MG!
¡Protejan a Bytecode! -gritó Mauricio sin verse afectado por las
muertes a su alrededor. Pacho me tomó del brazo nuevamente y me levantó.
-Puedo hacerlo solo -le grité disgustado.
-¡Cállate! ¡Aún no sabes nada! -gritó sin soltarme- ¡No puedo dejar que te maten!
El
humo invadió el lugar y corrimos fuera improvisamente y a toda
velocidad. Un instante después un ataque aéreo destrozó la casona en
apenas unos segundos.
El
ruido de las armas al golpear contra las municiones colgadas al cuerpo
se confundía con las fuertes pisadas de cada uno del grupo. Nadie
hablaba, solo corríamos sin pausa. Algunas miradas furtivas se
dirigieron a mí y luego continuaron mirando hacia delante para evitar
tropezar. Toqué mi rostro y estaba bañado en lágrimas.
Nos
dirigimos al sur por una calle ancha rodeada de muros. Llegamos a un
camino angosto con una gruesa arboleda a cada lado. Doblamos a la
derecha y nos internamos entre los árboles. Los gruesos y nudosos
troncos se elevaban torciéndose irregularmente. Abultadas raíces
sobresalían del suelo enredadas entre musgo y plantas pequeñas. Un fino
sendero avanzaba entre la vegetación. Nos detuvimos un rato a tomar
aire.
-No nos han seguido -dijo Aborto sentándose en el suelo- pero no debemos quedarnos aquí mucho tiempo.
-¡Bytecode!
-dijo Tetra riéndose y mirándome sentado de espaldas a la base de un
árbol- ¡No sé si es bueno o malo que estés aquí!
Bytecode.
Así me llamaban en el Wolf. Lo había elegido yo al apodo desde que
solucionara algunos problemas manipulando el bytecode de java. Para mí
fue solución, otros consideraban que agregaba más complicaciones al
trabajo.
Aborto
se levantó y continuamos la marcha. Pacho me dejó caminar solo esta
vez. Seguimos por el sendero durante unos minutos y llegamos a un claro
con algunas construcciones improvisadas, unas chozas de piedra y ramas
muy primitivas. Nos recostamos en el suelo agotados.
-¿Bananeiro renació ya? -preguntó David recobrando el aire.
-Lo
está haciendo ahora seguramente, va a tardar un tiempo más -dijo
Mauricio- espero no oír sus alaridos nuevamente, es desesperante.
-Basta... -les dije confundido, no me recuperaba aún de la demencial violencia que había experimentado-. ¿Qué sucede aquí?
-No
hay mucho que explicar -dijo Mauricio-. Estamos viviendo una guerra
igual a las del Wolf. Aquí mueres y después de un tiempo renaces como si
nada te hubiera pasado.
Recordé
nuevamente las partidas del Wolf, cada vez que morías renacías segundos
después en ciertos puntos previamente establecidos.
-Aunque
el renacer es lento y doloroso -agregó David-, muy doloroso, muy
diferente al Wolf. Tu cuerpo se va formando lentamente, al principio
eres una masa informe y pasados los minutos los huesos van apareciendo y
acomodándose, la columna vertebral al final de todo el martirio.
Durante la metamorfosis estás casi consciente, alucinando y sufriendo.
Nadie quiere morir debido a ello, aunque pienso que ya lo sabes, tú lo
sufriste al llegar aquí, ¿no?
Recordé los dolores insoportables cuando desperté en este lugar, realmente no quería revivir aquello.
-No tiene sentido -dije pensativo-. ¿Estamos muertos?
-Así
es -la voz tranquila del Mati a mi espalda me sobresaltó. Me levanté
sorprendido y lo miré dudoso. Estaba sano e intacto, y hace unos minutos
había visto su cuerpo destrozado por una MG42, la poderosa y terrible
ametralladora alemana de ocho milímetros. Una bocanada de su mortal
acero podía atravesar un pelotón completo de soldados.
Los sufridos gritos de Bananeiro surgieron entre las chozas regando nerviosismo en el grupo.
-Es imposible -dije sin ocultar mi sorpresa- aquí burlamos a la muerte.
Todas las miradas se clavaron en mí.
-Estás
muy equivocado -dijo el Mati sentándose y mirándose las manos
detenidamente, revisándolas, como contando sus dedos. Se dirigió a mí
nuevamente, manso y pausado como era su costumbre-. Aquí el único que no
puede burlar a la muerte eres tú, y también el único que puede
salvarnos.