Limbo: Capitulo 1 - La Saga del Wolf - 2ª Parte

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El parque deslumbraba su verde hierba bajo los cálidos rayos del sol. Una gran mariposa de tela zigzagueaba en el cielo torturada bajo los tiranos hilos que se disputaban mis hijas entre risas y llantos. Mi esposa Patricia descansaba junto a mí bajo la sombra de un frondoso espinillo, sus suaves y perfumadas flores formaban una acogedora manta amarilla. Un fino hilo de agua corría a nuestro lado regalándonos un relajante y fresco murmullo. Patricia sonreía mientras observaba a nuestras hijas jugando y corriendo, señalándonos sorprendidas cada nuevo descubrimiento con sus pequeñas manitos; un pequeño brote, un insecto asustado o un fugaz pez en el arroyo.


Un espeso grupo de nubarrones grisáceos brotó en el cielo cortando bruscamente los rayos del sol. El barrilete comenzó a culebrear violentamente bajo la furia de un feroz viento que nos rodeó elevando las esponjosas flores doradas en el aire y llevando lejos su suave perfume. Filosos granos de tierra me golpearon los ojos, me levanté dolorido frotándomelos con ambas manos; llamé a mis hijas, no podía verlas y las escuchaba llamándome asustadas. Patricia se levantó y corrió hacia ellas sin esfuerzo alguno ante el vendaval, desapareciendo entre una danza aérea de polvillo y capullos. Avancé torpemente inclinando mi cuerpo hacia adelante en contra del viento, gruesas raíces abrieron la tierra y brotaron entre las hierbas abrazando mis piernas. Caí sobre las frías aguas del arroyo y mi cuerpo se sumergió por completo en un helado torrente de aguas rápidas. Lancé desesperadas brazadas luchando a ciegas contra un gélido e invencible enemigo. Las voces de mi familia desaparecieron en un caótico rugir espumante que inundó mis oídos.

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Abrí los ojos muy despacio. Mis parpados se aferraban a las córneas como la seda húmeda a la piel reseca. Un haz de luz me cegó atravesándome como una lanza hasta el centro de mi agotado cerebro, el dolor en mi cabeza floreció y latió como un corazón rebelde buscando otro espacio donde dilatarse con nuevas emociones. Escuché voces a mi alrededor, estaba recostado sobre algo mullido en movimiento. Cuando mis ojos se acostumbraron al lugar distinguí una enfermera caminando a mi lado bajo el techo de un pasillo del edificio de Gamelord. Quise girar mi cabeza y me fue imposible, un dolor insoportable me invadió el cuello. Vi de reojo varios cuerpos en el suelo cubiertos con una sábana blanca hasta el pescuezo, los mismos que había visto cuando Darkman intentó matarme. Tristemente distinguí un nuevo rostro, Joche ¿Que le había pasado? Al intentar hablar una enorme piedra dentro de mi cuello me absorbió la voz y me castigó arañando mi garganta; una lluvia carmesí brotó de un fino tubo transparente frente a mi rostro seguida de un tímido y agudo gorgoteo que se perdió entre el bullicio.

–¡Está sangrando nuevamente! –dijo la mujer a mi lado mirándome sorprendida, llevando una de sus manos al tubo.

Otras voces y formas se sumaron a ella mientras mi vista se nublaba, intenté llevar mis manos a donde el dolor me torturaba pero unos fuertes brazos las detuvieron. El oxígeno abandonó cobardemente mis pulmones y las luces se disiparon en un mar de tinieblas.

–¡Lo perdemos!

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Me sentía extremadamente liviano, como una pluma flotando en una cálida brisa. Un punto de luz brillante se dibujó tímidamente en la lejanía. Mi cuerpo volaba hacia el misterioso candil atraído por una agradable sensación de bienestar. Me deje llevar placenteramente hacia ese destino desconocido y hermoso. Una línea de fuego se trazó ante mí y se abrió mostrando un abismo ardiente e insondable. Caí ligero dentro del abismo como un ave en vuelo atravesado por una súbita flecha. El abismo se cerró aplastándome, mis huesos se torcieron y crujieron con una agónica descarga de dolor y me sumí en la más lóbrega de las profundidades.

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Disparos. Entraron en mis oídos marchando y martillando mis tímpanos demostrándome que aún estaba vivo. No podía ver nada ante una densa oscuridad. Estaba recostado de espaldas en una superficie dura y fría. Una brisa fresca en el rostro me acarició regalándome un momento de alivio. Llevé mis manos a mi cuello buscando una herida y encontré únicamente un sucio y húmedo pañuelo. Ninguna herida, mi cuello estaba sano, intacto.

–¡Ignacio!

Una voz familiar me llamó. Intenté levantarme y el cuerpo me estalló en terribles dolores desde mis pies hasta la cabeza. Un grito salió despedido de mi garganta.

–Ya vas a recuperar la vista, relájate –continuó la voz–. El dolor va a desaparecer, es tu columna que se está formando. No te preocupes, sólo será unos minutos.

El suplicio me impidió entender claramente lo que decía, pero reconocí la voz. Era Otto, trabajaba con nosotros y compartía el Wolf a menudo, aún le faltaba práctica como a todos los recién iniciados. Había visto su cadáver entre las decenas de cuerpos en las oficinas, la perenne agonía me obsequiaba su acerbo delirio.

Imágenes en movimiento se materializaron en mi retina como añejas fotografías revelándose en un cuarto oscuro. Ramas de árboles temblaban sobre un cielo gris y algunas nubes se desarmaban en manchas lechosas. Otto estaba a mi lado, con un casco de guerra viejo en la cabeza, sentado en el suelo apoyando sus manos sobre un enorme fusil M1 Garand que descansaba sobre sus piernas. Vestía ropas militares sucias y rotas, remendadas en varios sitios, terminando a sus pies con un par de botas de cuero con una gruesa y resistente suela.

Una terrible explosión nos aturdió y nos cubrió de tierra y escombros.

–¡Otro ataque aéreo! ¡Maldito Gudrum, debemos irnos de aquí!

Me ayudó a levantarme, el dolor era soportable ahora. Al ponerme de pie un horizonte desolador se presentó ante mis ojos. Estábamos en un poblado destruido por bombardeos, viejos edificios derruidos nos rodeaban. Algunos árboles torcidos y tristes asomaban entre las ruinas. Otto se alejó corriendo agachado y sosteniendo el casco en su cabeza con una de sus manos. Otra explosión cayó cerca y me empujó contra un muro envuelto en una nube de tierra y escombros, dañándome un brazo y las costillas. Caí de rodillas sosteniéndome el costado con una mano mientras tosía el polvo en mis pulmones. Un hilo de sangre terrosa nació entre mis dedos y serpenteó en mi mano ocultándose bajo la manga de la camisa.

–¿Qué haces? ¡Corre! –la advertencia de Otto no se hizo esperar, corrí con todas mis fuerzas siguiéndolo quién sabe a dónde, con la mandíbula tensa por el miedo y las punzadas en el pecho. Violentas detonaciones florecían a nuestro alrededor enviándonos cientos de diminutos proyectiles que lastimaban nuestro cuerpo. Cubrí mi rostro con un brazo protegiendo mis ojos de las esquirlas.
Llegamos a una pequeña construcción, una vieja casa de ladrillos de barro y techo de tejas negras y rotas. Otto entró y se arrojó al suelo, yo le imité tirándome de espaldas, sintiéndome desprotegido bajo una antigua bóveda de madera podrida. Un silbido continuo llenaba mis oídos producto de las terribles explosiones.

–Aquí estaremos bien –me dijo– el ataque aéreo no tiene gran alcance, y no podrá lanzar otro hasta dentro de un tiempo.

Miré mis ropas, similares a las de él. Una vieja camisa marrón de tela gruesa, pantalones del mismo material y grandes botas anchas de cuero cubriendo la parte final de mis piernas por sobre el pantalón. No me había percatado hasta recién de la cantidad de objetos que tenía adheridos, me senté observándolos detenidamente. Unos grandes binoculares, una pistola Colt pequeña y algunas granadas de mano manchadas con la sangre de la herida en mi pecho. Un par de correas cubiertas de balas recorrían mis hombros y llegaban hasta mi cintura. Un cinturón cruzaba mi pecho desde el hombro hasta las costillas, sosteniendo algo muy pesado en mi espalda. Tiré de él y cayó a mis manos una ametralladora Thompson desgastada pero imponente, de un metal negruzco con hermosos mangos de madera.

–No entiendes absolutamente nada ¿no? –Otto me miraba sin ánimo, como quien ha perdido toda esperanza– Nosotros tampoco, no sabemos dónde estamos, sólo aparecimos aquí.

–¿Nosotros? ¿Hay más gente? –le pregunté sorprendido.

–Estamos todos –dijo sonriendo débilmente– no falta ninguno. El único que faltaba eras tú. Menos mal que llegaste, así le mandamos algunos ataques aéreos a ellos también.

Señaló los binoculares que colgaban de mis ropas ¿estábamos en una guerra real? Debe ser una pesadilla.

–Esto es un sueño –le dije tocando el suelo, queriendo que mis manos atravesaran la tierra seca manchada de cenizas–. Tú estás muerto y creo... que yo también.

–La realidad la define nuestras sensaciones y vivencias. No es un sueño, no sé donde estamos, pero es real. Tan real como la tierra que tienes en tus manos. Tampoco lo creímos cuando llegamos, pero cuando recibes el primer disparo créeme que es muy doloroso, y el miedo a morir te envuelve y asfixia cubriéndote de desesperación.

Escuchamos unas voces afuera y el estampido de fusiles y ametralladoras. Otto se alertó y espió por una ventana rota. Su rostro se endureció y tomó con ambas manos su fusil.

–Quédate aquí escondido, voy a salir para distraerlos, no te descubras –me dijo en voz muy baja–. No te arriesgues, no dejes que te disparen –Yo miraba desconcertado las armas enganchadas a mis ropas. Me tomó de la camisa y me dijo seriamente–. ¿Me oíste? No te mueras, hay algo que debes saber antes.

Sacó una granada de su cinturón, la cargó hábilmente en la punta del fusil y salió corriendo a toda velocidad. Varios estallidos hicieron eco en los muros e incontables disparos surgieron de la nada abriendo pequeños orificios en la tierra y las paredes a su alrededor. Otto aún en carrera disparó la granada hacia el lugar de donde venían los disparos, mezclados ahora con lejanos gritos. Continuó varios metros más y mientras recargaba su fusil una explosión a su lado lo elevó en el aire arrancándole un brazo; cayó al suelo casi muerto, gimiendo lastimosamente y arrastrándose hacia su arma que había quedado a unos metros de él. Tres hombres se le acercaron vestidos con ropajes militares oscuros, cascos del ejército nazi y armados con ametralladoras MP40 y fusiles. Quise ayudarlo pero no sabía utilizar la pistola ni las granadas que tenía conmigo. Uno de ellos tomó el miembro amputado de Otto del suelo y lo usó para golpearlo repetidamente con furia, luego descargó su ametralladora sobre él acabando con su vida. Los gemidos cesaron. Giró su cabeza y miró hacia donde yo estaba escondido. El horror me invadió cada fibra acalambrando mis músculos. Era Gudrum, sus fríos ojos azules buscaban una nueva víctima.

Intentar escapar era una muerte segura, la única salida era hacia ellos. Me asomé nuevamente y vi a Gudrum acercándose hacia la puerta recargando la ametralladora con un chasquido metálico. Los otros dos hombres continuaban de espaldas a mí, atentos y vigilantes. Levanté la Thompson y la apoyé sobre el borde de la ventana apuntando hacia él, me vio y sin ningún gesto me apuntó con su MP40. Asustado oprimí el gatillo del arma sin ninguna respuesta, ningún disparo salió despedido por el fino cañón. El arma de Gudrum chisporroteó y decenas de balas estallaron a mi alrededor aturdiéndome y lastimándome con macizos fragmentos de barro. Me tiré al suelo aplastando las balas y las granadas atadas a mi cuerpo, preguntándome si la presión me haría estallar en miles de pedazos.

El pánico me congeló el cuerpo y las ideas. Estaba solo y perdido en el último rincón del infierno, y a punto de morir.