Tormento: Capítulo 4

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Todavía estábamos absortos ante el descabellado accionar de Psycobolche y sus extrañas palabras cuando el cielo comenzó a oscurecer rápidamente y un viento fuerte y helado golpeó con ferocidad las ventanas. Nubarrones negros danzaban en el aire burlándose del sol y cubriendo los últimos rayos de luz y calor. Miré a Cherno para buscar una explicación lógica pero éste en silencio se aferraba con todas sus fuerzas a la realidad para que no estallara en mil pedazos dando paso a sus propios demonios.


-¡Ignacio! ¡Duncan! ¿Qué es toda esta locura? -gritaba el Gabi destrozado por la pérdida de su amigo-. ¡Es verdad! ¡Está pasando! ¡Es el mapa!

El Gabi, más conocido como Bananeiro, era el más joven del grupo. Trabajaba conmigo en el equipo de Android desde hace unos meses pero nos conocimos hace ya varios años en empleos anteriores. Era el más positivo y al que más le gustaban las salidas a comer, tomar cerveza, conocer chicas y fumar hasta que el cuerpo dijera basta. Pura juventud en éxtasis afianzándose a la seguridad de amigos en una edad más madura. Pero sus amigos adultos no teníamos respuestas a sus reclamos, nuestra cordura se estaba desmoronando como arcilla en una corriente de aguas rápidas.

-¡Cierren las ventanas! -dije gritando sobre el ruido del viento. Una se soltó de las bisagras y voló rápidamente impactando contra la cabeza de Tetra, haciéndole perder el conocimiento. Me acerqué a él para auxiliarlo mientras Duncan y Marcos intentaban calmar al resto para sellar el lugar antes de que alguien más saliera herido. Tetra estaba tirado de espaldas en el piso y no sangraba, pero un enorme bulto morado había aparecido en el costado derecho de su cabeza. Lo arrastré hasta una esquina más tranquila evitando moverlo demasiado.

Aborto había reaccionado tardíamente pero ya estaba cerrando las ventanas una por una junto con David. Cherno y Germán, su hermano y líder del equipo de MIDP, levantaron la ventana que se había desprendido y con mucho esfuerzo lograron ponerla en su lugar. El viento había dejado de entrar y silbaba afuera junto a gritos y bocinazos de los autos en la calle. La energía eléctrica se cortó y vimos como la luz del día se esfumaba dando paso a una densa penumbra. Afuera los gritos desesperados aumentaron de a cientos, golpes metálicos de autos chocando unos contra otros e impactando contra muros y pilares nos alertaban del caos que se había desatado.

Casi no podíamos vernos unos a otros. Éramos sombras en medio de un sueño irreal. Descansábamos en el suelo jadeando agotados, algunos gimiendo con la cabeza entre sus rodillas, otros llorando en silencio.

-¿Esto es el fin? -dijo Germán a mi lado. Le llamábamos Darkman, tenía una habilidad increíble en el Wolf para usar el Panzerfaust, la bazuca antitanque alemana. Todos éramos carne de cañón a su paso.

-No, es solamente una tormenta, y ya va a pasar -dijo Duncan transmitiendo algo de calma-. No se dejen llevar por pensamientos negativos, sigue habiendo una explicación para todo esto.

-¿Acaso no escuchaste lo que dijo Psycobolche antes de morir? ¿Cómo pudo saber lo que iba a pasar? -David le estaba reprochando a Duncan su pensamiento positivo, obra quizás de años de estudio sobre cómo motivar el comportamiento humano bajo stress.

Nadie más habló. Evidentemente algo sabía Psycobolche. No podía borrarme su mirada antes de morir, ni sus palabras de advertencia. Habló sobre una tormenta, y un Pico que era la única salida. Quizás estaba delirando, pero todo oscureció después de sus palabras y su horrible final.

El caos y la amenaza de muerte despertaban nuestras creencias más profundas, convenientemente ocultas bajo la rutina, golpeando y desdeñando ese débil incrédulo que alimenta nuestras decisiones materialistas y simplistas.

-Soy un pecador -dijo Darkman en voz baja-, perdóname Dios. No quiero morir así. -Comenzó a rezar para sus adentros una oración que yo no conocía.

-Somos todos pecadores -le dije sin mirarlo, abrigándome en cálidos recuerdos- y Dios nos perdona una y otra vez aunque no lo merezcamos. -Cerré los ojos y sentí el calor de mi esposa en la intimidad, mostrándome como la culpa puede convertirse en la vivencia más hermosa, susurrando su pasión en mis oídos, invitando a mis manos a explorar la suavidad de su piel.

-Son unas maricas -dijo Aborto- y van a morir maricas.

Abrí los ojos y mi amor huyó con mis lágrimas llevando con una última caricia su hermosa calidez. Observé la silueta de Aborto bajo la escasa luz. Sentí pena por él. Era una figura inmensa llena de odio producto seguramente de incontables frustraciones, refugiándose en su enorme contextura física.

-Tenemos que buscar luz y comida -dijo Marcos. Era Gudrum para nosotros, el ingeniero, el práctico, el auto proclamado invencible. “Yo siempre gano” había dicho una vez después de una  jornada victoriosa en el Wolf, y de ahí en más fue objeto de cientos de bromas pesadas. No había duda de que como ingeniero era el mejor, pero esa frase casi infantil partió su fama en dos.

-Yo puedo buscar luz, quién me acompaña -dijo Juan repentinamente. Nos habíamos olvidado de él. Se había levantado y estaba mirándonos desde el rincón donde anteriormente estaba sentado. Se estaba limpiando la sangre de sus manos en el pantalón y agradecí que la oscuridad me impidiera ver los detalles-. Ya estoy bien, ¿quién me acompaña? -Hablaba como el viejo Juancho, el doctor, el curador de todas las heridas de guerra en el Wolf. En las batallas del juego era indispensable contar con un doctor que atendiera a sus compañeros. Juan era el mejor médico, él lo sabía y presumía de ello.

-Yo te acompaño -le dije a pesar de que le temía. Juan había sido el único que estuvo con el Mati cuando murió, y fueron sólo unos minutos, era imposible no haber visto a alguien más. Pero ahora hablaba normal y se me hacía difícil ver a Juancho como alguien violento.

-Yo también voy -dijo Cherno acercándose.

-Ok, vayan a buscar luz a las oficinas -comenzó a ordenar Gudrum-. Dudo mucho que encuentren linternas. Tomen celulares, notebooks, cualquier cosa que sirva para iluminar. -Vio al Bananeiro ya recuperado y de pie escarbando inútilmente lo que parecía un atado de cigarrillos-. Bananeiro y yo vamos a la cocina a ver si quedó algo de comida.

-Podemos usar los celulares para pedir ayuda -dijo Bananeiro levantando un casi imperceptible pulgar de una mano. Siempre hacía ese gesto cuando una idea venía a su cabeza para solucionar un problema, era un chico muy positivo. 

-Sin duda que podemos -afirmó Marcos-, traigan también todas las SIM que encuentren.

Para ir a las oficinas debíamos cruzar los oscuros pasillos sin ventanas. Caminamos hacia allí, Juan en la cabecera, Cherno y yo recelosos detrás de él.

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La cocina estaba cerca, Gudrum y el Bananeiro llegaron rápido a la puerta y entraron. La oscuridad era total, era muy difícil encontrar comida sin algo de luz. Bananeiro decidió tantear con sus manos y pies para llegar a la heladera. Avanzó tropezando y maldiciendo. Gudrum decidió salir y esperarlo afuera hasta encontrar algo para iluminar.

-¡Acá hay un encendedor! ¡Ah! ¡Lo que daría por una fumada ahora! -dijo Bananeiro. Tomó el encendedor con su mano derecha y lo encendió. Jamás en su joven y corta vida había visto una escena tan desagradable.

-Gudrum... -dijo con voz áspera. Nadie respondió-. ¡Gudrum!

-¿Que quieres Bananeiro? ¿Estás bien? -dijo Gudrum abriendo la puerta.

-Son los polis... están muertos.

Los cuerpos de ambos policías estaban tirados en el suelo de la cocina sobre una mancha de sangre negruzca, la escasa y vibrante luz del encendedor convertía la escena en un paisaje dantesco. Estaban ferozmente golpeados, como si una tropilla de caballos le hubiera pasado por encima. Sus huesos quebrados hacían que sus miembros adoptaran posiciones imposibles. Uno de ellos tenía la cabeza girada con violencia en un ángulo de ciento ochenta grados. El estómago de Gudrum no resistió y devolvió los pocos líquidos que guardaba en su interior. Bananeiro era joven pero de estómago duro, fruto de incontables noches de juerga, y por eso alcanzó a leer lo que estaba escrito en el suelo: INCOMING!

Diariamente escuchábamos esa advertencia en el Wolf cuando el peligro era inminente. “El enemigo está cerca” pensó Bananeiro deseando nuevamente un cigarrillo, y preguntándose quién o qué cosa era realmente el enemigo.